Jugar al fútbol
Algo tan sencillo como eso, jugar al fútbol, bastará para olvidar los atropellos y las injusticias, los miedos y las guerras, ahora ya cercanas. Turquía y Corea del Sur, dos rivales inusitados, un cruce que suena a imposible, dentro de la estrategia de un Mundial que siempre nos ha sido más cercana a los juegos de alianzas de la Primera Guerra Mundial que a la moral del Risk o a la mecánica digital de Civilization en los que es posible que los zulúes envíen una nave a Alfa Centauri, o los aztecas descubran Escandinavia, un partido que parecía, iba a deparar poca épica. Dos invitados de rondón a una fiesta que no iba a ser la suya, pero allí estaban en la final de consuelo. Los hijos de Atarturk por méritos propios, y la marea roja gracias a la Hyundai, Hiddink, los árbitros y su juego. Y nos dieron el partido del Mundial, mejor que la final, alocado, intenso, impetuoso, irreflexivo, apasionante. Turquía tuvo orden. Corea del Sur mucha pasión. Hubo cinco goles. Y los surcoreanos sufrieron la injusticia arbitral, por vez primera, con un gol legal que se anuló por un fuera de juego que nunca había sucedido. La impericia del juez de línea, y el seguidismo del árbitro les quitaron una oportunidad. Fue lo único que empañó un partido tan hermoso, que acabó, como en un patio de colegio, con los dos equipos abrazados, felices de haber jugado al fútbol.
domingo, 30 de junio de 2002
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