miércoles, 12 de junio de 2002

Adiós a Argentina

Minutos antes de las siete de la mañana veo pasar a los argentinos, pocos que viven en mi ciudad. El partido comienza a las ocho y media de la mañana, hora de España. Se les distingue sin duda. Entre los amanecidos, todos de aire lelo, aparecen ellos, despiertos, expectantes, ansiosos. Llevan la albiceleste puesta encima de su ropa, a los hombros, atada a la cintura. Algunos van vestidos con la camiseta del River o del Boca: hoy las rivalidades quedan lejos. Se van a reunir a desayunar y ver el partido en un bar de mi barrio. Apenas serán dos docenas de personas que se morderán las uñas con su selección que sienten casi como un reflejo de su país, un amuleto, y verán, como muchos en el fútbol, que el juego es un oráculo, que mostrará un futuro venturoso o desgraciado.

En el tren, de regreso de mi viaje diario, un viajero escucha por la radio el partido. Otro pregunta tímido, con acento español: "¿Cómo vamos?". Todo el mundo sabe sobre quién pregunta. "Perdemos", contesta. Cuando llego a casa en la televisión cuentan que Argentina se va, que sólo logró empatar. Me siento desolado.

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