domingo, 19 de enero de 2003

Pensamientos encontrados entre la vajilla
Lavando los platos.

Decía Steve Reich que el mejor de todos era Bach, que servía para todo, para ir a recoger los niños al colegio, hacer el amor, fregar los platos, que cosa eso de fregar los platos, ¿por qué no hacer las camas? No me gusta hacer las camas y sí fregar los platos, como a Leonard Cohen que decía que era una de las cosas que sabía hacer bien, que bueno, a pesar de los años, lo de hacer el pino le salía decente y que las canciones hablaban por sí mismas, y en eso hay poco que decir ni que contar, porque creo que acaba siendo más importante hablar de la demora de un tipo mientras friega los platos (¿Podrá la red sustituir al lavaplatos? ¿el lavaplatos al hombre?) que estar hablando de la guerra en ciernes, la corrupción en el Sporting, el chanchullo que han montado Luis Sepúlveda, que fue mi amigo, para su mujer, creo que yo intuía que algo así podría pasar aunque Carmen siempre fue cálida con nosotros, pero Luis tiene alma de chacal y mira con deseo de “carne de hembra”, como decía mi abuela con esa forma tan explícita y visceral, sabiéndose objeto que no persona, esa manera de mirar que recordaba de jovencita cuando las “moros” llegaron a su pueblo durante la Guerra Civil y recorrieron las “caleyas” vacías, que las mozas estaban escondidas por temor a lo que podría pasar y pasó, pero mi abuela se libró y siempre contaba lo de la manera de mirar de los legionarios, y entonces Paco Taibo me pregunta si eso pasó en el 34 o el 37, y no sé que decirle, pero me cuenta que su padre está muy mal de la vista pero más animado, que tiene una chica que le lee y que el viejo Paco sigue unido a la vida, y me acuerdo del rostro de Borges cuando le ví en Sevilla, paladeando las palabras como si estuviesen hechas de tigres, laberintos, chocolate, estelas, mango, trufas, oporto, venado como el que debe de haber en estos días en Villablino, recién cazado, y no nunca hubo allí un aeródromo para el autogiro del general Solchaga, y casi parece la aliteración recién descubierta al leer en inglés el comienzo de Lolita “luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, que es prodigiosa, como la capacidad del calentador de apagarse cuando tienes las manos llenas de espuma y todo por aclarar.

lunes, 6 de enero de 2003

In memoriam (1924-2003)
In Memoriam.

Hace dos días mi padre murió. Nadie lo esperaba, aunque su muerte no fue repentina. Llevaba una semana en el hospital con una insuficiencia respiratoria que no fue capaz de superar. Hoy sigo manteniendo ese “sentimiento roto” del que hablaba Leonard Cohen. Mi padre se llamaba Rogelio y vivió una vida difícil: una revolución en la infancia, la Guerra Civil en la adolescencia, la posguerra. Era hijo de madreñero, de un artesano, con carnet del Partido Comunista, que malvivía fabricando esos zuecos de madera que se usaban en Asturias para caminar sobre el barro. Aquel, mi abuelo, luchó en todos los conflictos posibles y murió de enfermedad y agotamiento. Sé que la vida que dio a sus hijos no fue justa ni digna, que rozaba la brutalidad, y también sé que mi padre se sobrepuso a eso y encontró consuelo en la fé católica, algo que yo no comparto ni compartía con él. En los cuarenta, tras dos años de miseria, frío, hambre y miedo, enfermo en un hospital para tuberculosos, desahuciado por muchos médicos, mi padre se curó tras una durísima operación, aunque arrastraría siempre un dolencia crónica pulmonar. Poco más tarde ingresaría como numerario en el incipiente Opus Dei. Tras casi veinte años, por lealtad a un amigo al que la Obra había abandonado a su suerte, mi padre pidió la dispensa papal para romper los votos que lo habían ligado a ellos. Nunca le hostigaron tras su salida, pero mantuvieron con él, hasta el último instante una actitud amable, recelosa y expectante: quizás sabía demasiado. Le propuse que escribiésemos un libro sobre esos años de la gran expansión del Opus Dei, de los primeros oblatos, pero siempre se negó. Era leal con los viejos compañeros, aunque no entendió nunca la subida a los altares de San Josemaría Escribá. Después, en el 68, conoció a mi madre, y en el 69 nací yo, que le daría bastantes disgustos y algunas satisfacciones. Tras su jubilación, hace ya casi 14 años, se dedicó a ayudar a los demás, colaborando en Cáritas, y también en De hermano a hermano, con una actividad que superaba con mucho la de sus años como funcionario. Siempre fue independiente y activo, inteligente e informado, consciente y reflexivo, con una sed intelectual inagotable, profundamente cristiano, católico, apostólico y romano, y como tal, murió. Descanse en paz.