domingo, 21 de julio de 2002

Democracia de papel
El canal de Historia emitía una serie de documentales, aprovechando el 18 de julio, sobre la triste e intelectualmente paupérrima España de Franco, en la que el pensamiento era sustituido por la consigna, la oposición era esquilmada, los referendos manipulados, y la religión llegaba hasta la cama de los contribuyentes. Un país donde los problemas se solapaban por consignas patrioteras y reclamaciones territoriales trasnochadas. No es muy distinto del Marruecos de hoy en día y es especialmente importante recordarlo en un momento en el que con la ayuda o las órdenes del amigo americano, el absurdo y medieval conflicto del Perejil parece que tiene todo para resolverse. Más allá de la legitimidad sobre el peñasco, hay algunas cosas que hacen que Marruecos no sea una nación con la que sentarse a hablar en condiciones de igualdad, salvo, quizás, en el juego de intereses económicos. La legitimidad del rey marroquí viene dada por no-sé-qué descendencia del profeta, y su poder sigue siendo omnímodo en materias como asuntos exteriores, interior, relaciones religiosas, defensa. Los sermones de las mezquitas de Marruecos y de buena parte de España están redactados por la Casa Real Alauí. La represión con los discordantes se trabaja en dos niveles: la represión y la censura. Y su política exterior siempre es de palo sin zanahoria, sabedores de la comprensión de EE.UU. y de Francia, que ven al país como el valedor de Occidente ante el mundo árabe, un mundo al que en el fondo le gusta excluirse, y póngase como ejemplo que ningún líder occidental asistió a la boda del caprichoso rey marroquí. La desconfianza es mutua, y visto esto, no es para menos. Se comentaba en Un, dos, tres que con los dictadores no había negociación posible. Las pretensiones sobre Ceuta y Melilla, ciudades fundadas por españoles y portugueses en el siglo XV con el objeto de controlar a los piratas berberiscos que asolaban las rutas comerciales del Mediterráneo están fuera de lugar. Nunca fueron fruto de la colonización, como pretenden en el Sur, no son comparables con Honk Kong, o el África del XIX y el XX. Ni tan siquiera cercanas a Gibraltar (botín de guerra británico). Es cierto que las fronteras las pone la historia y no la geografía, pero en este asunto, se supone que los que viven en lugares así tendrán algo que decir: la gente de Gibraltar, las Malvinas, Honk Kong, Ceuta, Melilla. Porque si no, acabaremos creando guerras irredentas como la de Palestina, la del Sáhara Occidental, la de Timor Oriental.

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