miércoles, 24 de julio de 2002

Clones
Los clonadores kaminoanos

Los bienpensantes gobernantes de las civilizadas naciones que ordenan el mundo temen a los científicos, esos tipos que les gusta el conocimiento puro y que no se suelen plegar a las necesidades de la política o el capital. Inspirados más por las influencias y las ínfulas que por la ciudadanía, los mandatarios temen el poder que puede emanar de los genes porque sospechan que podría ser universal e incontrolable, democrático en las exigencias, como es universal la pretensión del derecho a la salud, a la educación, a la comida. El poder teme a los genes y siempre ha querido controlarlos. Antes del nazismo, civilizadas y democráticas sociedades como la escandinava o la estadounidense tenían leyes de limpieza étnica que trataba de impedir la reproducción o el acceso a los derechos de los enfermos, los pobres, los disidentes. Los ejemplos se siguieron sucediendo durante los años, a pesar de lo sabido, y ahí está el Perú de Fujimori, en el que 300.000 ciudadanos fueron esterilizados sin su conocimiento. Es la guerra de los genes. En un mundo donde la selección natural más darwiniana se ha visto acorralada por un cierto bienestar fruto de la civilización, la nueva guerra es la de la eliminación de los genes que molestan, que producen gasto a quienes manejan los recursos. El genocidio también puede ser filantrópico. “Cortemos el futuro a los que portan los genes de la enfermedad”, dicen las aseguradoras, que prefieren desterrar al paciente que curarlo. “Curemos a quienes puedan pagarnos”, dice la Gran Farma, mientras esconde remedios hasta que los mercados estén maduros. No conviene una vacuna contra el SIDA: es mal negocio. Con todo ello, que Corea del Sur busque a un grupo de iluminados que dicen que han clonado a un ser humano es un chiste, así expresado. Lo que interesa es qué se clona y por qué, no el método. Y clones, clones, lo son los hermanos gemelos y no pasa nada.

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