Exiliado
Esta historia es difícil: no voy a hablarles de un hombre común. Trabajó durante muchos años en un país mítico en una tierra mítica, construyendo un sueño con esfuerzo. Y un día quiso contar lo que no le gustaba, en una novela que publicó en una pequeña editorial en un país extranjero. El libro no gustó y su mundo se fue haciendo cada día más ajeno, más extraño: amigos que no contestaban llamadas, parientes que miraban para otro lado, compañeros de trabajo que negaban el saludo. Silencios que se van extendiendo, sombras que caen cómplices del poder o del temor. Pero el hombre no cejó, siguió haciendo bien su trabajo, a pesar de las zancadillas de la burocracia, de las miradas llenas de soberbia, de los problemas para conseguir lo mínimo. Siguió escribiendo, y publicando. En el extranjero, encontró lectores y críticos que apreciaron lo que hacía, mientras dentro llegaban las advertencias de conversaciones intervenidas, de miradas acusadoras. Los amigos le insultaron en público y fueron complacientes en privado, y alguien le dijo sin decirlo, que mejor se fuera, con familia y todo, que sobraba. El hombre poco común se fue. Hace poco que me contaron esta historia de alguien que siento como amigo, pero que no puedo mencionar su nombre, ni su país, ni casi su historia, por prudencia, por temor a la burocracia, siempre la misma, que ordena los papeles que nos permiten viajar por el mundo, nunca por complicidad con la nación que exilia a los hombres que siempre serán libres.