jueves, 6 de enero de 2005

Ritos de Solsticio III
Un jardín parabólico


Quizás, de todos ellos, el más palmario sea el caso del Concierto de Año Nuevo que cada uno de enero la Orquesta Filarmónica de Viena celebra en el Musikverein de la capital austriaca, con director invitado. Su retransmisión televisiva es la certificación más auténtica de que ya estamos en otro año. Escuchar las notas del Bello Danubio azul de los Strauss bajo la batuta, en esta ocasión de Lorin Maazel sólo podía dar dos ideas a una mente abotargada por la cena pantagruélica y una mezcla poco afortunada de los vinos: que era Año Nuevo o que TCM estaba reponiendo por enésima vez 2001, una odisea en el espacio. Pero no, era lo primero. Hecho importante y ejemplificador, puesto que ver ese concierto es, es sí, un rito, una misa cultural en la que se admite, por el hecho de asistir catódicamente a ella, que es Año Nuevo. De igual forma, su asistencia física al acto, carísima, donde la música toma una importancia bien relativa, tiene para sus asistentes la misma característica de rito que para los que gratuitamente observan el concierto desde sus casas y los miran a ellos, el público presente, que está más interesado en salir por la televisión en un descuido de las cámaras que en seguir los compases de las polkas y los valses. Es un juego especular de reconocimientos mutuos, puesto que el rito, propiamente dicho, no es el concierto en sí. El rito es su retransmisión, y todos (director, músicos, público presente, cámaras, satélites, espectadores en el mundo entero) participan y componen el rito de la celebración de la llegada del año nuevo. La eliminación de cualquiera de estos elementos (público, orquesta, concierto, Viena, televisiones) lo invalidaría, al igual que la ausencia en el programa del Bello Danubio Azul.

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