jueves, 27 de enero de 2005

La realidad ficcionada

Un jardín parabólico
Todo lo que está a la vista no es verdadero. El jardinero sabe bien que en su tarea, minuciosa y lenta, más por necesidad que por gusto, lo que se ve no es del todo cierto, por mucho que se empeñe, y es así aunque el paseante no se de cuenta de todo ello. El jardín, en sí mismo, es un artificio de la naturaleza que lo rodea, una recreación, una cortesía para los sentidos frente a lo agreste y lo salvaje que es la selva, el puro bosque del que el hombre ha huido para encontrar lugares más agraciados. Pero dentro del propio jardín, y aunque el duro invierno se instale entre sus setos y parterres haciendo escultura blanca de lo que fue vivo y no adormecido, existe no sólo el artificio, sino, el artefacto, el objeto botánico hecho y preparado con el inútil fin de la belleza y que en el bosque, en lo natural, no tiene cabida. La rosaleda que cuelga adormecida, casi seca, es ejemplo claro de ese artefacto, de esa flor, de la que al final sólo quedará el nombre, que en su estado natural es discreta, sencilla, casi olvidable. Esa distancia entre lo salvaje, en este caso pobre, y lo domeñado, que en su floración será exuberante, preocupa al jardinero, pues no sabe a que carta cabal quedarse. De igual manera en la televisión, la distancia entre la realidad y la noticia puede ser igual de larga o más, y de hecho sin más, dato al margen, mensaje, transformarse en completo artefacto, y por tanto lejano de la verdad que tantas veces se menciona, sin acordarnos que suele ser un concepto estadístico, un consenso, más que un hecho contrastable.
Artículo completo (Vía Martín Cué)

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