Nuestras pequeñas batallas ( y la retórica del enemigo)
Por Paco Ignacio Taibo II
Nuestras pequeñas batallas (1)
Sólo hay una novela de amor hoy posible, aquella en la que los personajes se cortan las venas por razones románticas. Cuanto más light se vuelven nuestros tiempos, más necesidad tiene la literatura de reivindicar el retorno de las pasiones.
La retórica del enemigo (1)
El personaje declara que la novela ha muerto, que el flujo de neuronas electrónicas que recorre nuestra sociedad actúa como el fluido de la silla eléctrica para un género que renació esplendoroso con el siglo XIX, hijo de una burguesía en ascenso que necesitaba de la fabulización del mundo. Las clases sociales han desaparecido, la licuadora del fin del milenio las ha disuelto, ergo... El personaje concentra sus argumentos para una tesis universitaria de posgrado. Luego viaja en el metro y lee oculto y misterioso a Barbara Cartland, buscando en ella la simplicidad absoluta de la ficción convertida en mentira por la acumulación de los lugares comunes. Es sin saberlo, un personaje siniestramente coherente.
Nuestras pequeñas batallas (2)
Me contaron una vez, que en algún momento del siglo XIX, los aristócratas británicos que regían los destinos de Hong Kong, decidieron iniciar una violenta campaña higiénica para erradicar el extendido hábito de la población china de escupir en las calles. Se establecieron multas, penas de cárcel y castigos corporales que llegaban hasta los cinco bastonazos en la espalda.
Esos mismos aristócratas solían bañarse una vez al mes, y frecuentemente de medio cuerpo para arriba y nada más. La anécdota tiene al menos dos lecturas: 1) Es función de la literatura contar y recontar estas historias. 2) Es función de la literatura seguir escupiendo en las calles.
Los escritores, guionistas y dibujantes somos chinos de Hong Kong.
La retórica del enemigo (2)
El padre prohíbe a su hijo que lea cómics porque piensa que la cultura es algo muy serio que tiene que ver con la educación y el ascenso social y no con las pérdidas de tiempo. El Estado a través del sistema educativo obliga al adolescente a leer en dos días La Iliada y a presentar un resumen. El adolescente tras esta y otras muchas experiencias decidirá que odia a los griegos y a los libros, elegirá las aprtidas de flipper para quemar su odio.
El crítico literario se muestra ingenioso y elabora un texto incomprensible, para iniciados que nunca habrán de leerlo, no queda muy claro si espera que sus lectores lean el libro que recomendó, no queda muy claro si cree que los lectores existan. El editor de ese país donde las nubes transportan en la mañana el calor de los ríos, decide que son mejores 2.000 lectores cautivos de 12 dólares que 4.000 de seis, es más fácil distribuir y cobrar, hay menos riesgo.
El padre anticómic, el profesor iliadero, el crítico oscurantista, el editor calculador bailan en las noches tomados de la mano en torno a la hoguera donde los libros arden, es su aquelarre.
Nuestras pequeñas batallas (3)
En la oficina, la vieja secretaria ha falsificado un certificado médico para poder ir al baño dos veces diarias, se esconde a leer novelas de hadas, princesas, dragones. Huye de un jefe que además de ser imbécil la persigue y castiga. La mujer se esconde y viaja por bosques encantados. Los viejos críticos literarios stalinistas hablaban de literatura de evasión. Se equivocaban y se equivocan. No hay viajes de ida, todos los viajes son de ida y vuelta. No hay literatura de evasión, ni siquiera hay evasión a través de la literatura; hay viaje a mundos alternos, diferentes, a veces más seguros. Algún día la mujer saldrá del retrete y fumigará al jefe de su oficina como dragón escupefuegos. La literatura, hasta la peor, es material de liberación, no de evasión.
La retórica del enemigo (3)
Ese colega me parece sospechoso, prefiere un viaje aéreo en primera a un lector.
Le gusta más un contrato con el 12% que un lector.
Prefiere al crítico sobre el lector.
Le gusta más el profesor universitario que el lector.
Valora más el homenaje que al lector.
En el fondo no hay más que un lector que le interese: él mismo, y si por eso le mandan un ramo de rosas, qué mejor.
Nuestras pequeñas batallas (4)
Discutiendo con mi amigo el alcalde de Gijón, llegamos a las siguientes conclusiones: en Europa la idea de revolución está muerta, la política ya no produce utopías, sólo hay un territorio donde estas cosas pueden ponerse a debate, las geografías de la cultura, y un lugar en particular, la isla encantada de la novela. Luego me preguntó qué había leído muy bueno últimamente.
La retórica del enemigo (4)
Conozco a un crítico cinematográfico al que la última película que le gustó era La diligencia de John Ford.
Conozco a un especialista en antologías que confesaba que había novelas mías que no había leído y que no le habían gustado.
Conozco a un crítico literario que masacra las novelas que le gustan a su esposa.
Conozco a un novelista que dice que no lee literatura, tan solo ensayos, que la literatura no le interesa mayormente. Se porta muy amable conmigo, reconoce que a un hijo suyo, al que echó de casa le gustan mucho mis novelas.
También conozco a un policía que una vez me pegó con un tubo de acero y me rompió la ceja; al dueño de una taquería que vendía carne podrida y a un político mexicano que se robó tres camiones con víveres de la Cruz Roja que iban destinados a los afectados por una inundación.
Creo que voy a ponerlos juntos en las páginas de un cuento y hacer que el autobús en el que viajan se vaya por un barranco.
En sociedades como la mía, la literatura posibilita la venganza.
Nuestras pequeñas batallas (5)
Los géneros sirven para colocar libros en los estantes de las librerías; aunque también puede uno colocarlos por tamaños, y no hay duda que se ven más bonitos por colecciones.
Pero últimamente, cuando pienso en novelas, no necesariamente pienso en libros; también encuentro el equivalente en sabor de la novela en cosas como las nuevas versiones de películas en corte de autor, que rompen las dos horas y se extienden: El Lawrence de Arabia de David Lean, el Espartaco de Kubrick; o comics como V de Vendetta de Moore y Lloyd o las fábulas venecianas de Hugo Pratt.
Novela es esa cosa, repleta de personajes, tramas y atmósferas, que corre con gran aliento. Lo demás es formato.
La retórica del enemigo (5)
Un viejo novio de mi hija, ya deshechado, le dijo que él necesitaba leer para poder dormir, que por eso leía en las noches; mi hija le contestó que ella leía en las noches para tener sueños inteligentes.
Nuestras pequeñas batallas (y 6)
Hablé en un congreso de socialistas norteamericanos. Les propuse recobrar ideología perdida a partir de la literatura. La nueva izquierda debería dotarse de material ideológico originado en la literatura. Sugerí algunas posibilidades: El derecho a la sagrada venganza de Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo; la ética de Robin Hood, sobre todo en lo concerniente a robar a los ricos para dar a los pobres; el antiimperialismo de Sandokan, el Tigre de la Malasia; la capacidad de resistencia antiburocrática de los personajes de Kafka, el sentido de la solidaridad de los cuatro mosqueteros dumasianos, y así.
Me miraron con algo parecido al desconcierto, pero se veían contentos.
jueves, 9 de septiembre de 2004
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