Divina comedia
El azar, la casualidad o el infortunio, traen en ocasiones enseñanzas inesperadas. La experiencia personal puede ser más o menos rica en el caso de cada uno, y la reacción ante esos cambios inesperados varía desde el punto de vista con el que se enfrente lo que es hecho y no especulación o deseo. Los constantes problemas con la máquina que abre el Mar Interior, y finalmente su alejamiento en busca de un estudio más detallado de sus síntomas, aún por resolver por parte de un técnico amigo, y por lo tanto, confiado y despreocupado, han permitido un viaje interior (todo viaje es interior o no es) por los sucesivos infiernos circulares y concéntricos, permeables, divina comedia, en los que vivimos en el mundo de la información, en la que este exceso, lleva a una ignorancia ilustrada y casi enciclopédica. Sin Internet, un mundo anillo en sí mismo, imagen perfecta de los avernos que Dante describió, la vida es distinta y los ecos de las conversaciones se apagan para surgir con más fuerza otros, como los del (falso y perfecto) cielo de la televisión, en la que todos se creen estar en gracia de Dios, sin saber (ese es el castigo), de la mentira de sus vidas, mientras deambulan por otro infierno con forma de claustro que rodea a otro y a otro sucesivamente. La continua renuncia a la información, primero impuesta, luego escogida, lleva a conclusión terrible, perdidos en el bosque de signos y de mensajes y es que el único limbo posible, ya no cielo, es la desconexión en un lugar sin vida, casi sin lenguaje, allá donde sólo se escucha el susurro de las nubes. Pero aunque falta la herramienta, y la posterior voluntad zen de renuncia se impone la tentación, que luego se convierte en necesidad; y se acaba por entrar y lanzar el mensaje desde un amarre de alquiler, un ciber de segunda, para contar lo que hay, pecado moral, y esperar respuesta, dulce condena.
sábado, 28 de septiembre de 2002
domingo, 22 de septiembre de 2002
Luna nueva. De niño, en los veranos míticos de la infancia en la "tierra de campos" donde los norteños íbamos a secar nuestras humedades veraniegas, se veía salir en septiembre una enorme y rojiza luna poco después de que el sol se pusiese, una luna a la que llamaba con lógica infantil "nueva". Parecía recién nacida y estaba absolutamente completa. Después me explicaron que no, que esa que veía era la llena y que la nueva era en la que no aparecía, en la que las estrellas mandaban, la luna vivía tragada en la oscuridad y que a partir de ese momento comenzaría a crecer, a volver a ser ella misma. Acaban de terminar los días bajo el influjo constante de las mareas. Es tiempo de cosecha y de esperanza, de crecer, de volver a ser. Gracias por estar ahí.
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viernes, 13 de septiembre de 2002
¡Viva México, cabrones! (con nostalgia)
Decía el escritor cubano Justo Vasco que "la nostalgia es un cuento, un truco", y desde las páginas de uno de sus libros, antes de pronunciar esa frase, Paco Ignacio Taibo I le contestaba que no, que "la nostalgia lleva a viajes y aventuras" (y debe de ser cierto, uno de sus hijos, Benito, lo argumentaba en un poema: siento nostalgia de lugares en los que nunca he estado). Creo que los dos (los tres) tienen razón, desde su punto de vista. Y en mi casa también hay nostalgia de México, un país que uno ama de manera apasionada e irracional. Y el domingo, día 15, retomamos la tradición de celebrar con mesa y mantel la independencia de México, una disculpa como otra cualquiera para preparar un poco de guacamole, unos camarones a la diabla, un pozole, un algo de cochinita pibil, guardar de postre dulce de cajeta (de Celaya) e invitar a los amigos a comer todo eso (también hay tacos) y a tomar unos tragos de tequila reposado, unas chelas de las de allá, las ya sabidas: Sol, Corona, Negra Modelo (y no se preocupen los argentinos, también compré unas Quilmes), y eso, estar juntos hasta que entre bien la noche, y con ella, casi el fin del verano, contando historias y la Historia desde el lado que más nos gusta. El año pasado no pude celebrar la fecha en la que siempre brindamos con Herradura por "el gusto de estar con ustedes" y por los que están al otro lado del océano. Creo que este año hay mucho por lo que celebrar y que recordar.
Y están todos invitados (ver lista inicial en el comentario 1, añádanse los que no se encuentren). Por favor, confirmen asistencia.
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Aviso para navegantes
Algunos amigos se preguntaban a qué se debió la reiterada ausencia del editor de Mar Interior, y agradezco, como bien saben el interés despertado. Las razones han sido varias: por un lado mis obligaciones conocidas con la medicina, por otro, problemas con el proveedor de acceso a Internet, algunas incompatibilidades entre un nuevo programa y el Explorer, la consabida boda (que resultó de lo más divertida) y la lectura subyugante de una novela de casi mil páginas, de la que me gustaría hablar, Criptonomicón. Si preocupé a alguna persona, mis disculpas, y mi agradecimiento por el interés. De verdad, gracias. El editor también es consciente de su retraso con el correo.
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miércoles, 11 de septiembre de 2002
¿Dónde estabas tú?
De vacaciones, volvíamos de Llanes y preferimos ir a comer en Arriondas, un pueblo a la orilla del río Sella, ya de camino a casa, en una sidrería que conocía. Antes de que el postre llegase, desde el comedor note un cierto revuelo en la barra. Pensé, en principio que era por la Vuelta Ciclista a España. La etapa del día pasaba por la zona y acababa en Gijón; pero no, era otra cosa. Los tradicionales comentarios jocosos o apasionados que se dan en el ciclismo se tornaron en un "mira, mira" constante. Al levantarme, en la televisión vi arder la primera torre gemela. Aún de pie, no me pude creer lo que veía cuando un segundo avión de estrellaba en la otra. El resto fue un viaje en coche zapeando por las emisoras en busca de información mientras los dos rascacielos se desplomaban y alguien hablaba de "un coche bomba" en el Pentágono. A la hora que escribo esta nota, hace un año, estábamos en casa de Justina y José Luis (tienen familia en Nueva York) reunidos alrededor de la tele, con cervezas y patatas fritas, como sí fuese una final de copa o un festival de Eurovisión, pero esta vez, el tono era distinto. Hoy la mayor parte de la humanidad tiene una historia que contar sobre el 11-S, un año después, un hecho histórico, casi cultural, que se ha convertido en una referencia de todas las culturas, que vieron como una parte del imperio se desmoronaba. Hay otro 11 de septiembre que también recuerdo. La televisión estaba también por en medio. Yo no debía de tener más de ocho años. Por la noche, en el canal único, José María Iñigo entrevistaba, de urgencia, a un cariacontecido Mario Vargas Llosa, cuando todavía conservaba la sensatez. El motivo de la entrevista era único: acababa de tener lugar un golpe de estado en Chile contra Salvador Allende (un recuerdo a aquella fecha ha sido disuelto hoy por la policía en Madrid: hasta para el recuerdo hay clases). El escritor se confesaba, entonces, "devastado". Esa era la palabra que mejor capturaba el sentimiento en casa de nuestros amigos hace un año. No había miedo. El único miedo que teníamos era el de la reacción que el acobardado Bush podría poner en marcha y que aún no ha acabado. Después, vinieron decisiones que afectaron a amigos bien queridos, pero de esas me enteré tarde y no tardaría en afectarme de manera más directa; pero eso es una historia privada, de las que no interesan.
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jueves, 5 de septiembre de 2002
El temblor de la falsificación
En estas semanas de cuentas maquilladas, de impostura contable, de mentiras numéricas, en la bolsa, en las grandes empresas, en las acciones, de las presiones del mercado, de la necesidad de crear valor (o humo), de las opciones y las opas como armas terribles del capitalismo sobre el ser humano, la idea de la productividad, de una institución, privada o pública, va unida al sistema en el que vivimos y a eso no es ajeno ni la ciencia. Tristemente, se descubren que los más recientes logros de la Física han sido pura invención que todo ha sido mentira, engaño, patraña, para lograr mantener los fondos que financian a los investigadores, a los catedráticos, y con ellos, su prestigio, minado por no seguir el método científico y dejarse llevar por la fama, paradigma de una gloria que nunca ha de llegar. ¿Y si las cosas no fuesen así? ¿Y si las razones no fuesen el estatus, el dinero o el prestigio? La escritora norteamericana Patricia Highsmith hablaba (y lo usaba como título de una de sus mejores novelas) del El temblor de la falsificación como esa agradable e incierta sensación en la quien vive en la impostura, esa inquietud de saberse en la mentira y seguir adelante con ella, con todas sus consecuencias, para aparentar ser más hábil, más inteligente, mejor, aún a sabiendas de que todo es falsedad, vanidad, fraude y lograr una cierta y arrogante superioridad de quien se sabe dueño de un secreto que es la mentira de uno mismo.
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martes, 3 de septiembre de 2002
La Boda. ¿Alguien se ha dado cuenta de lo complicado que es armar una boda? Yo no, hasta ahora, y eso que estoy casado. La lista es innumerable, sobre todo cuando los cercanos empieza a mirar hacia otro lado, mejor dicho, hacia uno, en las comidas familiares y dicen cosas del estilo “Eso debes de saberlo tú, ¿no?” y en ocasiones lo sabes, pero en otras no, y así van las cosas. Contratar el restaurante casi con años de adelanto, escoger el menú, probarlo, elegir los vinos (clásicos: Paternina, Torres, Codorniú), colocar a los invitados en las mesas sin crear conflictos, acertar en la elección de los cigarros puros (Partagás), los regalos, las flores, los cigarrillos (light, para las señoras), las corbatas del novio, padrino, padre, suegro, cuñado y cualquier hombre que no sepa hacerse un nudo a la corbata (y si no saben y nunca se la ponen, ¿por qué ese día quieren ir a una boda así?), el orden de la ceremonia con el cura (simpático), la pandilla de ateos que subirán al púlpito a leer la Biblia (entre los que me cuento), discutir con el organista (pro-Haendel y Cabezón) y con el director del cuarteto de cuerda (pro-Bach) la música de la misa y quién y qué van a tocar juntos, las confirmaciones de última hora, los familiares desconocidos, mis señores padres a los que pastoreo y menos mal que no soy el padrino, acabo de llegar de mis obligaciones, y la boda es el domingo, con lo cual queda claro que no es la de Anita y Alejandro. He dicho.
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