sábado, 28 de septiembre de 2002

Divina comedia

El azar, la casualidad o el infortunio, traen en ocasiones enseñanzas inesperadas. La experiencia personal puede ser más o menos rica en el caso de cada uno, y la reacción ante esos cambios inesperados varía desde el punto de vista con el que se enfrente lo que es hecho y no especulación o deseo. Los constantes problemas con la máquina que abre el Mar Interior, y finalmente su alejamiento en busca de un estudio más detallado de sus síntomas, aún por resolver por parte de un técnico amigo, y por lo tanto, confiado y despreocupado, han permitido un viaje interior (todo viaje es interior o no es) por los sucesivos infiernos circulares y concéntricos, permeables, divina comedia, en los que vivimos en el mundo de la información, en la que este exceso, lleva a una ignorancia ilustrada y casi enciclopédica. Sin Internet, un mundo anillo en sí mismo, imagen perfecta de los avernos que Dante describió, la vida es distinta y los ecos de las conversaciones se apagan para surgir con más fuerza otros, como los del (falso y perfecto) cielo de la televisión, en la que todos se creen estar en gracia de Dios, sin saber (ese es el castigo), de la mentira de sus vidas, mientras deambulan por otro infierno con forma de claustro que rodea a otro y a otro sucesivamente. La continua renuncia a la información, primero impuesta, luego escogida, lleva a conclusión terrible, perdidos en el bosque de signos y de mensajes y es que el único limbo posible, ya no cielo, es la desconexión en un lugar sin vida, casi sin lenguaje, allá donde sólo se escucha el susurro de las nubes. Pero aunque falta la herramienta, y la posterior voluntad zen de renuncia se impone la tentación, que luego se convierte en necesidad; y se acaba por entrar y lanzar el mensaje desde un amarre de alquiler, un ciber de segunda, para contar lo que hay, pecado moral, y esperar respuesta, dulce condena.

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