martes, 3 de septiembre de 2002

Caro Diario.
La Boda. ¿Alguien se ha dado cuenta de lo complicado que es armar una boda? Yo no, hasta ahora, y eso que estoy casado. La lista es innumerable, sobre todo cuando los cercanos empieza a mirar hacia otro lado, mejor dicho, hacia uno, en las comidas familiares y dicen cosas del estilo “Eso debes de saberlo tú, ¿no?” y en ocasiones lo sabes, pero en otras no, y así van las cosas. Contratar el restaurante casi con años de adelanto, escoger el menú, probarlo, elegir los vinos (clásicos: Paternina, Torres, Codorniú), colocar a los invitados en las mesas sin crear conflictos, acertar en la elección de los cigarros puros (Partagás), los regalos, las flores, los cigarrillos (light, para las señoras), las corbatas del novio, padrino, padre, suegro, cuñado y cualquier hombre que no sepa hacerse un nudo a la corbata (y si no saben y nunca se la ponen, ¿por qué ese día quieren ir a una boda así?), el orden de la ceremonia con el cura (simpático), la pandilla de ateos que subirán al púlpito a leer la Biblia (entre los que me cuento), discutir con el organista (pro-Haendel y Cabezón) y con el director del cuarteto de cuerda (pro-Bach) la música de la misa y quién y qué van a tocar juntos, las confirmaciones de última hora, los familiares desconocidos, mis señores padres a los que pastoreo y menos mal que no soy el padrino, acabo de llegar de mis obligaciones, y la boda es el domingo, con lo cual queda claro que no es la de Anita y Alejandro. He dicho.

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