miércoles, 11 de septiembre de 2002

¿Dónde estabas tú?
Un kiosko imposible...

De vacaciones, volvíamos de Llanes y preferimos ir a comer en Arriondas, un pueblo a la orilla del río Sella, ya de camino a casa, en una sidrería que conocía. Antes de que el postre llegase, desde el comedor note un cierto revuelo en la barra. Pensé, en principio que era por la Vuelta Ciclista a España. La etapa del día pasaba por la zona y acababa en Gijón; pero no, era otra cosa. Los tradicionales comentarios jocosos o apasionados que se dan en el ciclismo se tornaron en un "mira, mira" constante. Al levantarme, en la televisión vi arder la primera torre gemela. Aún de pie, no me pude creer lo que veía cuando un segundo avión de estrellaba en la otra. El resto fue un viaje en coche zapeando por las emisoras en busca de información mientras los dos rascacielos se desplomaban y alguien hablaba de "un coche bomba" en el Pentágono. A la hora que escribo esta nota, hace un año, estábamos en casa de Justina y José Luis (tienen familia en Nueva York) reunidos alrededor de la tele, con cervezas y patatas fritas, como sí fuese una final de copa o un festival de Eurovisión, pero esta vez, el tono era distinto. Hoy la mayor parte de la humanidad tiene una historia que contar sobre el 11-S, un año después, un hecho histórico, casi cultural, que se ha convertido en una referencia de todas las culturas, que vieron como una parte del imperio se desmoronaba. Hay otro 11 de septiembre que también recuerdo. La televisión estaba también por en medio. Yo no debía de tener más de ocho años. Por la noche, en el canal único, José María Iñigo entrevistaba, de urgencia, a un cariacontecido Mario Vargas Llosa, cuando todavía conservaba la sensatez. El motivo de la entrevista era único: acababa de tener lugar un golpe de estado en Chile contra Salvador Allende (un recuerdo a aquella fecha ha sido disuelto hoy por la policía en Madrid: hasta para el recuerdo hay clases). El escritor se confesaba, entonces, "devastado". Esa era la palabra que mejor capturaba el sentimiento en casa de nuestros amigos hace un año. No había miedo. El único miedo que teníamos era el de la reacción que el acobardado Bush podría poner en marcha y que aún no ha acabado. Después, vinieron decisiones que afectaron a amigos bien queridos, pero de esas me enteré tarde y no tardaría en afectarme de manera más directa; pero eso es una historia privada, de las que no interesan.

No hay comentarios: