jueves, 5 de septiembre de 2002

El temblor de la falsificación
Foto: Elisabeth Young

En estas semanas de cuentas maquilladas, de impostura contable, de mentiras numéricas, en la bolsa, en las grandes empresas, en las acciones, de las presiones del mercado, de la necesidad de crear valor (o humo), de las opciones y las opas como armas terribles del capitalismo sobre el ser humano, la idea de la productividad, de una institución, privada o pública, va unida al sistema en el que vivimos y a eso no es ajeno ni la ciencia. Tristemente, se descubren que los más recientes logros de la Física han sido pura invención que todo ha sido mentira, engaño, patraña, para lograr mantener los fondos que financian a los investigadores, a los catedráticos, y con ellos, su prestigio, minado por no seguir el método científico y dejarse llevar por la fama, paradigma de una gloria que nunca ha de llegar. ¿Y si las cosas no fuesen así? ¿Y si las razones no fuesen el estatus, el dinero o el prestigio? La escritora norteamericana Patricia Highsmith hablaba (y lo usaba como título de una de sus mejores novelas) del El temblor de la falsificación como esa agradable e incierta sensación en la quien vive en la impostura, esa inquietud de saberse en la mentira y seguir adelante con ella, con todas sus consecuencias, para aparentar ser más hábil, más inteligente, mejor, aún a sabiendas de que todo es falsedad, vanidad, fraude y lograr una cierta y arrogante superioridad de quien se sabe dueño de un secreto que es la mentira de uno mismo.

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