viernes, 8 de noviembre de 2002

... y sigue: No entendí a qué venía esa rabia y desprecio, ese ardor impudoroso, ese odio biliar, pero me sorprendió, durante unos segundos, que viniese de alguien que mostraba como máximo logro una licenciatura a la que se presuponen, al menos, el manejo de los argumentos y no de los insultos. Rápidamente, este navegante se recompuso, y recordó la frustración de años pasados al descubrir la muerte de la filosofía tras los siglos, al ser sustituida por la física, la medicina, la economía, la astronomía, las matemáticas, la biología o la neurología, ciencias sometidas al método y no meras disciplinas teóricas. El contra-artículo, en la mejor forma de la contrarreforma, era hueco e insultante, y confirmaba los peores temores del que esto suscribe al desvelar que al filósofo no sólo le falta campo al que cerrar con una cerca categorial, si no que demuestra que la aparente armazón de análisis de la realidad ofrecida hasta la fecha es un castillo de naipes construido con jerga, humo, citas al pie y referencias endogámicas, que ayudan a perpetuar los que encuentran en la universidad y sus sectas un hogar cómodo con el que llenar la vacuidad de sus vidas pero que no compensa su afán de notoriedad en una sociedad demasiado inteligente o alienada como para hacerles caso. Quizás sea un análisis demasiado farragoso y localista el aquí ofrecido, así pues les propongo que si están en Argentina sustituyan filosofía por psicología, (otra variante sería la de los economistas, también para los chilenos) o en México, por antropología, y estaría dispuesto a suscribir todo lo dicho con esos términos, al menos, a modo de provocación.

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