viernes, 8 de octubre de 2004

Cuestión de dinero
Un jardín parabólico


Conoce bien el jardinero su condición y como hombre de campo, de naturaleza, es práctico y pragmático, así que a aquellos que vengan con las habituales y bonitas peroratas sobre la placidez de su trabajo, la utilidad de la belleza que construye con las plantas y sus manos, a aquellos que alaben la paz espiritual que desprende el jardín construido y mantenido por él, a aquellos que traten de halagar la vanidad inexistente de quién se gana el sustento con las manos, a todos, les sonreirá como sólo sabe hacerlo aquel que ha visto demasiado, escuchado mucho y hablado poco, que es lo que suele hacer la gente de la tierra. Para el jardinero no hay engaño. Su trabajo, por hermoso que sea el resultado, es superfluo, es un mero capricho para deleite del ocio, lo superfluo de lo superfluo, o como diría en su juventud ya lejana, una plusvalía social, de la que él es partícipe y activo, pero poco más. (../...)sigue)

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