sábado, 15 de marzo de 2003

La necesidad de la certeza
Cuando se es joven se necesita creer de manera feroz y radical, con una vehemencia que asusta. Es un mundo de pasiones y odios que lo único que tienen de interesante son su intensidad. En ocasiones tengo la sensación que este patrón se repite con las naciones o acaso, las culturas. Por poner un ejemplo, si un viejo europeo le preguntasen si cree en Dios, se encogería de hombros y sonreiría de medio lado dando a entender que la pregunta no es pertinente; si le preguntasen, por seguir con el ejemplo, si cree en Blancanieves, se encogería de hombros y sonreiría de medio lado dando a entender que apreciaba nuestro sentido del humor. Creo que si le preguntásemos en este momento a George Bush si cree en Blancanieves contestaría sin dudar: “Claro que creo señor, y creo que ella vendrá del bosque con el Príncipe Azul para gobernarnos, y con el tesoro de los siete enanitos para hacernos ricos a todos”. No es el tema el de creer en los cuentos de hadas, si no la necesidad de la creencia, de que el mundo tenga un orden claro, con justicia inmediata, donde las reglas no se salten, con ese rigor y pureza que tienen las cosas en la cruel infancia. Desgraciadamente algunos, como los que se reúnen en Azores mañana, no han salido de ella, para pesar de todos.

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