sábado, 27 de diciembre de 2003

Tocar el cielo
Feliz Navidad...

El hombre tocó los cielos cuando el Sputnik comenzó a dar vueltas alrededor de la Tierra. Aquello nos hizo sentirnos pequeños, observados y frágiles, asomados con una pequeña radio a la inmensidad del océano cósmico. El Sputnik siempre me ha parecido la perfecta estrella de Belén, la marca indeleble de la voluntad rompiendo la noche, el cometa perfecto creado con nuestras propias manos.

Este año tratamos de llegar de nuevo Marte. Y sin fracasar la sonda quedo en el oxidado plantea, lejana y sola, inalcanzable a nuestros ruegos, y nosostros, desconsolados, sin poder escuchar su sonido.

Sin embargo, el Sputnik, el pequeño satélite, que Korolev construyó y regaló al mundo, giró y giró unos cuantos meses, con sus antenas como cola, transmitiendo un pequeño pitido desde las estrellas, dando la vuelta a la Tierra cada poco más que hora y media, e hizo que las navidades del año 1957 tuviesen un sobrecogimiento y una sensación diferente que acabaría pocos días después de Año Nuevo al querer volver a casa, un 4 de enero, quemándose en el intento. Él nos demostró que se pueden conquistar los cielos, como tantas otras cosas. Feliz Navidad, Feliz Año a todos.

Aquí les dejo el sonido del Sputnik cuando todavía rodeaba la Tierra.

lunes, 22 de diciembre de 2003

Ritos de solsticio
Un jardín parabólico

El jardín, con la llegada de los últimos días del otoño es un lugar de negro augurio. El frío se vuelve más intenso, cortante y feroz; la tierra parece marchita y estéril, y las plantas y árboles que algún día le dieron esplendor caen en una desnudez sin hojas en lo que parece un presagio del fin de los días, de una decadencia irremisible hacía la oscuridad que ciñe, cada vez con más fuerza, la tarde. El sol es un astro apagado que a duras apenas ilumina los días entre la lluvia y las primeras nieves, una estrella lejana cuyo calor ya no llega. El paseo, pues, es motivo de reflexión sobre la huidiza felicidad, lo pasajero de la existencia, el fin de todo lo hermoso que se ha conocido. Hasta que al regreso se enciende la televisión que vuelve para explicarlo todo de nuevo.

Lejos del cielo y libres de la intemperie, el hombre moderno apenas siente de manera consciente el paso del tiempo por medio de los ciclos que la naturaleza siempre le había marcado. Apenas sabe en qué fase se encuentra la luna a día de hoy, en qué momento comienza el invierno o tan siquiera en qué estación se haya. La conexión con el medio natural se ha reducido a su mínima expresión y así se vive en una inconsciencia artificial en la que se desconoce lo más esencial y quizás más importante. Un estudio no demasiado lejano señalaba que la media que un español se encontraba a diario al aire libre había pasado de menos de cuatro horas a poco más de veinte minutos en los últimos treinta años. No se hablaba del tiempo que se pasaba fuera de casa, sino del tiempo que se estaba en la calle no sólo con la intención de compartir unas cañas. Son esos veinte minutos apenas que van del portal al coche o al autobús, y de la estación o del garaje al trabajo y viceversa, esos veinte minutos, como el periódico gratuito del metro, que caminamos bajo el firmamento, solos frente a la naturaleza, sea urbana o rural. Ajenos, por escaso contacto con la intemperie, a los ciclos, al tránsito de las estaciones, lo exterior ha de resultarnos extraño y sus cambios, escaso motivo de interés; apenas lo suficiente para ver la previsión meteorológica y decidir si lo oportuno es el abrigo o la gabardina para el día siguiente.

Sin embargo, las cosas, aunque nos lo parezcan, no son así, y las consultas de los psicólogos y los psiquiatras están, en estas fechas, llenas de gentes, quizás los más débiles o los más influenciables, aquejados de una infinita congoja, un tristeza laxa y en ocasiones desesperada, que no es si no el reflejo de lo que ocurre en el mundo natural. Y es este el momento en que la televisión debe llegar al rescate con el conocimiento y la sabiduría que la sociedad ha depositado en ella para que la guarde y preserve del olvido, para que el espíritu navideño, tan denostado a veces, venga a redimirnos de la tristeza, de la oscuridad, del otoño.
(.../..)

¿Y qué es la Navidad? Sí, se sabe. Se sabe que la Navidad no es una fiesta religiosa cristiana ni una celebración pantagruélica. Se sabe que no es el cumpleaños de un salvador ni un certamen de villancicos. Se sabe que la Navidad no son los aspectos culturales que se presentan en forma de turrones, cavas, capones, arcos de bombillas, árboles con bolas, belenes, regalos y compras. Se sabe que la Navidad es la esperanza, la fe en un futuro mejor, la confianza en la llegada de la felicidad, el anhelo de la paz. Si el frío llega, el jardín se marchita y el sol parece que vaya a morir, y sin embargo, el día del Solsticio resurge, maravilla, en mitad del frío y conquista minuto a minuto a la oscuridad de la noche... si asistimos al más imposible e increíble de los milagros que es que el sol renazca, que lo que iba a morir venza, ¿cómo no vamos a confiar en el futuro? ¿cómo no vamos a creer en la felicidad? ¿cómo no vamos a esperar que exista un mundo mejor y más justo? (sigue)

lunes, 15 de diciembre de 2003

La lejana rosaleda
Un jardín parabólico

Un jardín, cualquier jardín, es, como casi todo lo bello o lo artístico superfluo, al menos, en una primera observación. Nada o poco se puede sacar de aquello que sólo sirve para el gozo o el disfrute intelectual, y por tanto poco aporta a la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos y de las sociedades. Así, como ejemplo de la plusvalía o de la explotación, el lujo, en sus formas, también toma aspecto en el jardín, tierra improductiva, exceso, y finalmente, ejemplo de poder y despreocupación de aquellos que pueden y quieren invertir sus recursos en el mantenimiento de lo que es hermoso para su disfrute o como muestra última de su potestad sobre la tierra, esa, de la que se obtiene el alimento, despreciándola, dedicándola a la suntuosidad. La tierra que conforma el jardín se convierte en exceso y pompa, al ser, en la mayor parte de los casos, sus beneficios, de nuevo, lujo, sistema de simbólico con lenguaje propio, al que sólo pueden acceder y disfrutar de él de manera plena quienes han tenido la oportunidad, mediante la cuna o el estudio, de conocer el significado de su discurso. (sigue)

martes, 2 de diciembre de 2003

El revés de la trama
Un jardín parabólico

El cuidado de un jardín acaba exigiendo dedicación y cuidado, cosa sabida. Una vez definido el espacio físico, y su significado con respecto al conjunto, es necesaria la tala en el parterre, la limpieza de rastrojos, y sobre todo, el arrancar con constancia las malas hierbas que aparecen en las distintas partes, para no arruinar el conjunto. La vigilancia se vuelve costumbre, y lejos de llevar al que esa responsabilidad tiene a la paranoia, es la meticulosidad la consigue el aspecto deseado, cuyo objetivo es una belleza despreocupada y ajena, a los ojos del paseante, del trabajo que se ha llevado a cabo para obtener los resultados que aparecen a la vista para el disfrute. Del jardín, al final, lo único que importa, es la armonía del conjunto y no el trabajo que ha llevado conseguirlo o las técnicas que han sido utilizadas para ello, materias ambas que no importan para quien del jardín disfruta, y que nunca deben de ser necesarias para que el regocijo sea oportuno. (sigue)